01 agosto, 2012

I


Hoy es una noche como otra cualquiera,

una alarma se oye a lo lejos,

los gatos, más juntos que revueltos,

y yo mirando por el balcón

con más insomnio del que puedo soportar

haciéndome cosquillas en los párpados,

mientras espero la brisa sureña

que me ayude a dormir.


Mataría por una botella de ron.


El frigorífico lleno,

como de ideas mi cabeza,

pero hoy me quedo sin cena y sin poema.

La habitación tan en colapso de ropa,

tirada por el suelo, que no sé

si en esa cama cabremos yo y mi sueños.


Soy más fuerte con cerveza,

qué le vamos a hacer

si soy una chica de bar

esperando no sé qué en su casa,

sácame a bailar y veremos qué pasa,

si aguanto de pie toda la noche

o trastabillo por las escaleras borracha

pero feliz.


No sé por qué Dios no me hizo ebria

de primeras, hubiera sido más fácil.

Lo hizo conmigo todo tan mal como con todos.

Tampoco me puedo quejar.


A lo mejor encuentro una canción que no duela

en el repertorio imaginario que no tengo,

mientras me conformo con quemarme

las retinas con palabras que no me dicen nada.

Y, por favor, que continúen así.


Ya está, son las dos de la mañana,

y yo aquí diciendo barbaridades insulsas

en un salón que se cae a pedazos;

cómo pasa el tiempo, cómo pasa,

cómo pasa...


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