15 julio, 2012

Noches en el Babylon Club


Llama al 666,

responderá encantada a tu llamada

desde mi teléfono.

Botas de cuero y minifalda

o tres chupitos de vodka

son todo lo que necesito para que Ella

despierte y salga a tu encuentro.

No le valen las palabras,

está ronca de tanto gritar

y le queman los labios,

sólo comprende la vida

cuando el sudor de otro recorre su piel.

Me atormenta por la noche,

me aplica dolorosas descargas eléctricas

en el espinazo y me entierra las manos

en el sexo, pidiéndome que me aparezca

en algún lecho y que torture hasta el orgasmo

a quien sea que allí se encuentre.

Sólo estás a salvo si lleva carmín en los labios,

pues no sería capaz de borrarlo con un beso;

quién sino Ella usaría el pintalabios como cinturón de castidad,

sólo para provocar a aquel que no la puede tener.

Así la educaron en el Babylon Club,

así le doraron la melena y le rizaron las pestañas,

para que un cuerpo de niña atrapara su alma de mujer.

Como una prostituta, pero al revés,

cuando todo lo que ves no es todo lo que muestra;

cuando el deseo no la ciega ni la distrae,

es su instrumento para cegar a otros

y ahogarse en su deseo.

Y así consume los minutos,

hasta que el tiempo se agota y el calor se hace insoportable,

hasta que el alcohol desaparece de su sangre.

Y confusa despierto,

sofocada por mi propio sudor y nadie a mi lado,

todo ha sido un sueño; y me miro en el espejo

y allí está Ella, riendo,

mostrando el fuego desde sus ojos,

desde mis ojos.

Yo soy Ella y Ella soy Yo.

Y después de bailar toda la noche entre las sábanas

me hace comprender que ni siquiera el agua puede borrarla;

que puedo esconderla, pero no matarla,

y que no podré controlarla cuando despierte.

Ella es más bella, Ella es más fuerte,

Ella es la única capaz de llevar zapatos de tacón sin caerse,

de hacerme vibrar hasta las estrellas,

de guiar mis pasos en mi propio Infierno.



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