03 junio, 2012

Déjà vu


En aquellos días

se forjaba el principio del final.

Tú lo dijiste;

yo, me limito a recordar.

No por cálidos

eran menos fríos;

días de un verano ya marchito,

una línea en el calendario

para que nada fuera igual.


No tengo derecho a resurgir de mis cenizas,

me dices, y me clavas tu bandera en el pecho,

me reclamas, como tierra virgen para tu patria

a la espera de que mi belleza se extinga,

o se convierta en vulgar.

Así es la vida,

tú eres sabio

y yo un alma cándida

que no sabe a dónde va.


Ya me conozco esa historia.


Ave fénix, niña soy.

Sujétame entre tus dedos,

pídeme que renuncie a la inmortalidad.

Luego te sorprendes si sigo mi camino.

¿Cómo te atreves?

Arden mis plumas mágicas

y me instan a volar.

Átame con cuerdas, cadenas, reténme,

no me dejes escapar.

Ahógame como al fuego, da igual,

me convertiré en humo

y me escabulliré por las rendijas.

Así es como te enseñaron a vivir la vida

a ti y a tres millones más,

y ahora te entretienes

ofreciéndome una cáscara vacía

a cambio de quedarme donde estás;

como si no te avergonzara recordarme,

como si no me hubieras perdido ya.


No lo sabes, pero en el fondo me desprecias.

Te horroriza verme correr junto a los lobos,

prenderme con el viento,

que mantenga las hojas que se enredan en mi pelo

creciendo durante la noche.

Así era, así soy

y mi pecado es serme fiel a mí misma;

como un camaleón, llámame egoísta.


Al final los hilos se deshilan

por una misma razón que se repite,

como en un teatro de títeres:

tú eres un coleccionista que acumula

oro y mugre de forma indistinta

y me pides que me deje dominar.

En cambio mis crines se ofrecen al cielo

y caigo y remonto, testaruda,

como una fiera más cuando elijo

un escarpado precipicio

por el que, si quiero, me puedo tirar.

Allí, hacia donde sea...

hacia donde no me puedas alcanzar.



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