13 abril, 2012

Cinco pequeñas reflexiones cotidianas

1. Para mi gato, el mayor, mi nombre es Mau. Cuando me llama, su maullido es muy distinto al que utiliza para pedirme de comer o para que le cambie el agua o la arena. Es un maullido diferente al que usa para saludarme por las mañanas o para llamar mi atención sobre cualquier cosa que se la llame a él. A veces me llama por el pasillo. En un intento de vocalizar al modo español las vocales, las pronuncia claramente, haciendo un esfuerzo para ello, consiguiendo que su voz parezca humana. Mau, Mau, me dice, y yo sé inmediatamente que me está pidiendo pasar un rato conmigo, sentarse en mi regazo o acostarse sobre mi escritorio para que lo acaricie mientras leo. ¿Que quiere abrir una puerta? Me llama para que se la abra: Mau, Mauu... y mira la puerta ansiosamente y a mí, de forma alternante. Pero cuando me llama, suele hacerlo para estar conmigo, para pedirme que lo acaricie y pase tiempo con él. Igual que para mí él es Edgar, y cuando lo llamo él aparece por la puerta, él sabe que si me llama Mau, rápidamente aparezco para cogerlo en brazos y dejarle pasar la tarde conmigo.

Los humanos solemos felicitarnos por la exclusiva capacidad de nombrar los objetos; qué poca sagacidad, pues está claro que no es así.

2. Me gusta probar cosas nuevas. El otro día le tocó al tofu. Tofu, tofu, ¿qué narices es el tofu? No tenía ni idea hasta que lo compré. Pues resulta que es leche de soja condensada a la manera del queso, capaz de adaptarse al sabor de aquellas especias o alimentos que lo rodean y con una textura muy peculiar. En Asia es relativamente frecuente; en Europa lo han popularizado los vegetarianos, haciendo que ocupe el lugar de la carne en su dieta. A mí simplemente me gusta, sin ser yo nada de eso.

3. Hubo un tiempo en el que yo era bailarina. Bailarina de verdad, de esas que van al conservatorio y tienen que sufrir durante años cuatro o cinco horas diarias de ejercicios terribles, cinco días a la semana. Tenía una coordinación sorprendente, era capaz de hacer diez cosas a la vez con mi cuerpo, incluso pensar. El otro día, sin embargo, al agacharme para coger en brazos a mi gata me golpeé la frente con la esquina de una encimera. Eso da una idea de la pobre coordinación que tengo ahora, que ni siquiera soy capaz de medir bien las distancias visuales. Quizá por eso me dedico ahora a las peripecias mentales; deben de dárseme mejor, porque no necesito tanto ejercicio. Ahora no soy capaz de hacer diez cosas a la vez, pero al menos sé pensar, sobre todo cuando me dedico a ello en exclusiva; más de lo que muchos hacen.

4. Tengo una agenda en la que apunto cosas que tengo que hacer. No las cosas rutinarias, sólo lo verdaderamente importante. Ahí escribo listas de aquellos libros que tengo que leer, aquellas películas que me quedan por ver, aquellas cosas que debo escribir. Trazo objetivos para estar en contacto conmigo, para que no me pierda en la costumbre diaria. No lo miro con frecuencia, ni significa nada el que no cumpla objetivos dentro de un marco temporal, porque no lo hay. Simplemente está ahí, como un mapa que guía mis pasos. Un espejo en el que mirarme para recordarme quién soy cuando se me olvida.

5. Ha salido un estudio que dice que dos cañas de cerveza o dos copas de vino nos hacen más inteligentes de forma temporal. Si bien la capacidad analítica se ve reducida, la intuitiva se incrementa. Es el mejor momento para resolver acertijos, entonces. Esto lo tenía muy claro, pero ahora los datos lo confirman. De modo que ya saben, señores empresarios, en lugar de máquinas de café, pongan máquinas de cerveza. Nada más insinuante que eso y un cartel que diga: ¿Hoy cómo la prefieres, rubia o morena? Y que el vino tinto y el vino blanco pasen a llamarse vino moreno y vino rubio respectivamente, con su máquina vinatera también. Así no habrá discriminación sexista. Vendrán a quejarse pelirrojos, pelirrojas, castañas y castaños; pero ya sabemos que en genética, el pelirrojo y el castaño son sólo mutaciones del rubio y del moreno. O, como mucho, un árbol de frutos secos femeninos. Y lo que tienen en común la vida basada en el carbono con el alcohol es que ambos arden muy bien.

2 comentarios:

Josefo el Apóstata dijo...

Je, je, buenísima la entrada.
Voy a copiar, con su permiso la idea de tener una agenda para lo importante...

Elvira dijo...

Por supuesto, este es un blog dinámico, alegórico y atemporal :)