El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu.
Si lo intentas, a menudo estarás solo y a veces asustado.
Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo.
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La falacia de "ser libre para creer"
Yo antes era una hippie de la vida. Había convencionalismos “bienpensantes” que tenía asumidos como mi propio credo. El que encabeza esta entrada era uno de ellos “cada uno debe ser libre de creer en lo que quiera”. Yo estaba de acuerdo con ello.
Hasta cuasi mis doce años me consideré cristiana. Católica no, porque ni comulgaba con la Iglesia ni estaba bautizada.
Luego estuve coqueteando con el budismo, aunque no cuajó.
Fue a los doce años cuando me declaré atea.
Durante los siguientes siete años, me consideré una atea “tolerante”. Es decir, yo no creía en ningún dios, pero respetaba firmemente lo que otros pudieran creer. Yo era atea como otros eran judíos o budistas e independientemente de eso yo debía tratar a todos por igual y nunca poner en duda sus creencias. Esa es otra falacia que se me ha caído con el tiempo “todos somos iguales”(que no quiere decir que todos no debamos tener los mismos derechos, cosa que no se cumple en nuestro país a día de hoy).
Había una serie de cosas que chocaba de frente con mis ideales: yo trataba igual a los demás, pero los demás no me trataban igual a mí. Eso quería decir que un cristiano podía colgar un trapo rojo con un nenuco dibujado que dijera “Dios ha nacido”, pero yo no podía colgar una pancarta que dijera “Dios no existe” en mi balcón sin que me rompieran los cristales. Los amantes de la Semana Santa sí podían ocupar mis calles para ver procesionar cadáveres sangrientos con su correspondiente madre depresiva detrás, pero si yo quería pasar sin otra pretensión que la de llegar a mi casa, me cerraban el paso y me miraban mal si insistía en proseguir mi camino.
Los escándalos de pederastia y abusos por parte de sacerdotes comenzaban a manchar la buena imagen de la Iglesia y resulta que aquellos que pretendían darnos clases de moral a los demás tenían metidos en su propia casa a un montón de criminales. La Iglesia se ponía de parte de los partidos de derechas y, cuando supe algo de historia, me di cuenta del alcance criminal de la Iglesia situándose siempre de parte de los ideales más inhumanos. Luego hubo percances menores, ya se sabe, el que me llamaran hereje con desprecio y me dijeran que iba a ir al infierno. No es que me afectaran a nivel emocional, más bien a nivel cognitivo, al darme cuenta de que los cristianos de pura cepa me miraban por encima del hombro con una superioridad moral que no se sabía de dónde la sacaban.
Pero lo que me hizo responder a los ataques, a dejarles bien claro a cristianos, judíos y a quien se me pusiera por delante que lo que creía era una soberana gilipollez, lo que me hizo dejar de ser una hippie de la vida y dejar pensar que “todo valía” fue algo que me tocó en lo personal.
Mis padres, que no son cristianos, y que en su día me metieron a mí en un colegio católico, iban a hacer lo mismo con mi hermano.
Mi madre consideraba la religión cristiana como inofensiva e incluso como deseable para la crianza de un niño y eso me hizo afilar los dientes.
Miraba a mi hermano y su mente infantil. Yo había sufrido en mi propia piel el creerme las mentiras y las patrañas de la religión para descubrir desilusionada que no había nada más allá. La de horas desperdiciadas rezando, hablando con Dios, y resultaba que no había nadie al otro lado, nadie que velara por nosotros. Como descubrir que los Reyes eran los padres, pero a un nivel emocional mucho más profundo, ya que para los cristianos, la vida gira en torno a Dios.
Yo no quería que la mente de mi hermano fuera absorbida por monjas y pelagatos ni que, si un día conseguía superar el infantilismo moral en el que te sumerge la religión, como hice yo, sufriera el desprecio de los demás por tener una mente abierta y libre.
Pataleé para que mi hermano fuera llevado a un colegio público, pero como no era mi hijo, terminó en un colegio religioso.
Mi madre me dijo aquello de que si mi hermano quería ser cristiano, que lo dejara, que él era libre de creer lo que quisiera. Y yo le repliqué que defendería que mi hermano eligiera lo que quisiera, con tal de que lo hiciera con plena conciencia de lo que hacía, no que le impusieran un modo de ver la vida desde pequeño para que luego tuviera remordimientos si decidía abandonar esa creencia.
La religión, siempre desea acaparar la mente infantil, pues así se garantiza tener soldados fieles y leales que no la cuestionarán al estar arraigada en su mismo corazón. La religión, que desprecia la ciencia y el sentido común, que hace elegir a un niño entre su fe y su razón, llevándolo a que abandone la razón para abrazar su fe. Y recompensa que lo haga.
Todo el mundo puede creer las mentiras que quiera, pero al menos debe tener la oportunidad de darse cuenta de que son mentiras. Un niño no puede y eso hará que, una vez sea adulto, sea incapaz de ver más allá de sus creencias. Por eso, el adoctrinamiento infantil me repulsa.
Un niño no es cristiano, ni budista ni mahometano, como tampoco es de derechas ni de izquierdas, ni sabe con certeza si va a ser médico o profesor. Un niño imita a sus padres, un mecanismo clave para la supervivencia de la especie que, mal usado por la religión, se convierte en un arma para despojar al niño de toda libertad de pensamiento, condenándolo al marco cosmológico cerrado que le toque creer según la religión imperante en el país en el que haya nacido. Y después, desprenderse de él es siempre doloroso y requiere esfuerzo, porque es más fácil pensar que hay un dios que nos cuida, es bello pensar que si nos pasa algo malo habrá un dios que responda por nosotros y que conseguirá que las cosas nos salgan bien.
Eso, entre otras cosas, afecta a la capacidad de responsabilidad del individuo pues, si todo está escrito y pasa según dios quiere ¿en qué lugar deja eso al individuo, mero instrumento de una divinidad?
Además, si la fe es lo único que se requiere para ser bueno, sin pruebas, sólo fe ¿cómo podría estar mi hermano a salvo de otros charlatanes, como los homeópatas, o los médiums, o los anti-antenas, si lo único que se necesita para que esas cosas “funcionen” es creer en ellas? ¿Cómo podría reprocharle yo a mi hermano que se curara un cáncer con homeopatía, si resulta que consiguió su trabajo gracias a dios y no a su currículum?
El adoctrinamiento infantil es un crimen y priva a la humanidad de seres humanos responsables y razonables, de verdaderos científicos, dificultando el avance a escala mundial.
Cada uno es libre para creer en lo que quiera, pero si lo hace, que sea capaz de responsabilizarse de las consecuencias que ello acarrea.