03 mayo, 2010

La rima XXIII (Tergiversación poética)



La primera vez que me enamoré, lo hice de una botella de sidra. La segunda vez, me enamoré de un gato. La tercera y la cuarta, de dos hombres diferentes. La quinta, de una montaña. La sexta, de una mujer. La séptima, de un anciano.

Iba por la vida enamorándome de personas, de objetos, de lugares, de animales. Me enamoraba cada día, cada hora. No podía entender la vida si no era así.

La curvatura de unos labios al despertar, la mirada viva de un pájaro posado sobre una rama, la caricia del viento sobre mi piel, las raíces del sauce llorón frente al que pasaba cada mañana, el tacto de la mano de una amiga sobre mi hombro, la sonrisa de un anciano, el beso de un hombre y el abrazo de otro, una canción sonando en un estéreo. Gestos que me hacían amar al autor como si perteneciera a mi propia carne.

Vivía enamorada.

Pensaba que sería así hasta el día en que muriera, pero entonces el alguacil de mi localidad me mandó a quemar en la hoguera. ¿Mi falta? Amar a todo a la vez y a nada en concreto.

Cuando el fuego empezó a quemarme, se leyeron mis cargos:



¿Qué es el amor?, preguntas,

mientras clavas una daga en mi espalda

con una sonrisa iluminando tu rostro.

¿Qué es el amor? ¿Y tú me lo preguntas?

El amor es el invento más cruel del ser humano."


Y me abrasé.


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