06 febrero, 2010

Dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno



Y dar la vuelta y preguntarse: ¿Cómo he llegado a esto?
Y no encontrar la manera adecuada de mancharse, de no saber dar la vuelta y abrirle la puerta a la degeneración, y echarse la culpa por ello después por ser demasiado blanca.


Y porque su profecía en aquel pub por donde tantos habían desfilado no se había cumplido, y porque su nombre, aunque atractivo, era inmerecido por no haberle hecho honor. Por no haberse teñido cuando había tenido tiempo se había convertido en un elemento natural más, pasto de la vejez y vulnerable ante las llamas.


Se había equivocado, y ahora se preguntaba que por qué volvía a tumbas vacías para rescatarse, por qué se condenaba ante las palabras, y mucho más importante: por qué la desesperación la había moldeado indiferente en lugar de haberla construido como un foco de odio irrefrenable.


Tan cansada estaba, que por no odiar, se le había terminado hasta la pasión.


Y gélidamente amoral, pasaba los días...



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