12 octubre, 2009

Olvidar la bivalencia



Los gritos se oían por toda la casa. Él asestó el golpe final y yo lo fulminé con la mirada.
Sintiéndose herido, se lamentó:


- No sé cómo siendo tan dulce, te me puedes mostrar tan amarga.


Sonreí irónica y le contesté indolente:


- Deberías agradecer que, siendo tan amarga, haya permitido que descubras mi dulzura.


Me di la vuelta y no miré atrás.
Se quedó sentado encima de la cama sin inmutarse.
Di doce pasos, doce pasos exactamente y abrí la puerta.


Simplemente me marché.

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